Ni vencidos ni vencedores 1851 / Uruguay
En 1851, los orientales llevaban más de diez años de guerra en su territorio y estaban agotados. Cuando en julio de ese año Justo José de Urquiza invadió el territorio oriental, las tropas de Manuel Oribe no se resistieron. Tenían muchos motivos: el cansancio de la guerra, la ruina de la campaña o la sorpresa de enfrentar a tropas federales que habían sido aliadas. Se llegó al acuerdo en poco tiempo: el 8 de octubre de 1851 se firmó el tratado que puso fin a la guerra en territorio uruguayo.
Urquiza era el gobernador de Entre Ríos y si bien había sido aliado de Rosas, en mayo de 1851 estableció un pacto con Brasil y con la Defensa para luchar contra el gobernador de Buenos Aires. Para eso buscó quitarle el apoyo de los blancos invadiendo el territorio oriental. Urquiza evitó el enfrentamiento y promovió la negociación, lo que facilitó que el conflicto no siguiera extendiéndose más tiempo.
La paz entre orientales se logró sin demasiada dificultad. El final de la intervención extranjera eliminó uno de los motivos más importantes de la guerra. Por primera vez los intereses del país quedaron por encima de los intereses partidarios.
El tratado del 8 de octubre reconoció que todas las acciones de resistencia se habían hecho creyendo que defendían la independencia oriental. También se reconoció como nacional la deuda del gobierno de Oribe. Se estableció que todos los orientales tendrían iguales derechos, sin importar a qué bando hubieran pertenecido. Todo se resumió en una consigna de pacificación: “No habrá vencidos ni vencedores”.
Cuentan las crónicas que al conocerse la noticia de que se había firmado la paz, en Montevideo estalló la algarabía. Se izaron banderas de todas las naciones en las azoteas de la ciudad, las campanas de las iglesias repicaron por horas y la población salió a la calle. Todos los caminos que bajaban desde el Cerrito se llenaron de carros, carruajes y personas caminando. “Cada uno buscaba al pariente, al amigo o al compatriota”, relata el historiador uruguayo Juan Pivel Devoto. Y en los siguientes diez años, el clima de paz y la búsqueda de caminos de acuerdos dominaron la política uruguaya.