Durante la dictadura la violencia fue ejercida de muchas formas: la violación a la libertad de expresión y de asociación, la censura política, la persecución y vigilancia permanente, el exilio por la fuerza de miles de personas, la desaparición forzada, el encarcelamiento sin juicio y la tortura física y psicológica.

Los castigos físicos y psicológicos se utilizaron para acallar a quienes los militares consideraban enemigos o traidores. La aplicación de la tortura tenía por objetivo causar un gran dolor físico o mental hasta quebrantar al prisionero y sacarle información o someterlo a la voluntad de sus torturadores. La población se encontraba indefensa ante la represión, el Estado no ofrecía ninguna garantía y los derechos humanos eran violados con la mayor impunidad. Una de las formas más crueles del terror fue la desaparición forzada. Las personas eran secuestradas por las fuerzas armadas y la policía, que después negaban la detención y las desaparecían sin dejar rastro. Cientos de adultos y niños sufrieron este procedimiento y al día de hoy muchas de estas familias aún no saben lo que sucedió con sus parientes secuestrados. En el caso de algunos niños nacidos en la cárcel o arrebatados a su familia, el régimen militar los dio en adopción a personas que simpatizaban con la dictadura, negándoles su verdadera identidad.

Con la llegada de la democracia en 1985, las víctimas de violencia de la dictadura reclamaron ante la justicia. Los militares involucrados se negaron a declarar y el Estado consideró que los crímenes cometidos durante el régimen ya habían caducado. Dos plebiscitos ratificaron esa decisión. A pesar de ello las víctimas, los familiares y una parte de la población uruguaya siguen reclamando verdad y justicia.