Durante los últimos años del siglo XIX, las condiciones de vida de los sectores populares en Europa eran terribles. El trabajo y el alimento escaseaban, por lo que muchos eligieron aventurarse a nuevos horizontes. En otros lugares del mundo como Turquía, Siria, Líbano y Palestina la situación también era difícil por la constante amenaza de la guerra. Para estas personas, América era la promesa de un futuro mejor. En especial, así se veía a Estados Unidos, Brasil, Argentina y Uruguay.

Aunque muchos de los recién llegados se instalaron en el campo, la mayoría se radicó en Montevideo, que en aquella época era una ciudad en pleno crecimiento y de muchas oportunidades. Los inmigrantes trajeron costumbres, tradiciones, música, comidas, formas de vida que se fueron mezclando con las de los habitantes del país. A su vez, la sociedad uruguaya, con pocos pobladores, era bastante receptiva y la escuela vareliana tenía como uno de sus objetivos integrar a todos.

Las transformaciones en la vida cotidiana y en la sensibilidad modificaron las formas en que la nueva sociedad multicultural entendía la familia, el hogar y el rol de la mujer. Poco a poco la tasa de natalidad fue disminuyendo. A comienzos del siglo XIX era común que un matrimonio tuviera una docena de hijos; hacia finales del siglo era extraño que tuvieran más de cuatro o cinco.

Otra transformación importante del Uruguay de este período tuvo que ver con la composición de la población. Lentamente las ciudades fueron creciendo mientras el campo comenzaba a despoblarse. Con la modernización, la necesidad de mano de obra en el medio rural había disminuido y el empuje industrial de las ciudades, en especial Montevideo, era un atractivo para la población rural desocupada. El siglo XX dio nacimiento a un país urbano y multicultural.