Durante el cambio de siglo las ideas anarquistas tomaron fuerza en Europa; fundamentalmente en algunas regiones de España e Italia, donde la población obrera era numerosa. Sus ideas tuvieron mucho peso en la formación de las organizaciones sindicales durante todo el siglo XIX y XX. Promovían la huelga como la mayor herramienta de los obreros para luchar contra la opresión y la explotación, así como el boicot, el sabotaje y finalmente la huelga general insurreccional; con ella creían poder derrotar a la burguesía y al Estado. Los anarquistas fueron duramente perseguidos por los gobiernos europeos y algunos terminaron huyendo a América. Aquí se incorporaron a la clase trabajadora para continuar su lucha.

El objetivo del anarquismo era alcanzar la completa libertad e igualdad de todas las personas. Para eso era necesario eliminar las clases sociales y con ellas al Estado, que era visto como instrumento de control de las clases dominantes sobre las explotadas. Estos objetivos solo podían alcanzarse mediante la revolución. Los anarquistas utilizaron tanto la lucha pacífica como la acción violenta. En el Río de la Plata una corriente del anarquismo llamada anarcosindicalismo, por su actividad en las organizaciones sindicales obreras y campesinas, fue muy influyente entre los trabajadores de la época.

La mayoría de los anarquistas o ácratas, como se los llamaba en esa época, promovían la formación intelectual y política de los trabajadores a través de bibliotecas obreras, grupos de teatro, periódicos, folletos y libros. Muchos artistas e intelectuales presentaron sus obras en los centros obreros anarcosindicalistas. Tal es el caso de Florencio Sánchez. Los anarquistas también crearon cooperativas de ayuda mutua para proteger a los más desvalidos y organizaron los primeros sindicatos, las primeras huelgas de Uruguay y también la primera central sindical.