La región de los Balcanes, en el este europeo, tuvo a lo largo de la historia una importancia estratégica, pues quien la dominaba poseía el control del comercio y del tránsito de personas entre Europa y el Cercano Oriente. Desde el siglo XIII hasta comienzos del siglo XX, el Imperio Otomano controló la región, pero su debilitamiento durante el siglo XIX permitió que muchos de esos pueblos buscaran la independencia. Además, potencias como el Imperio austrohúngaro y Rusia tenían intereses y buscaban consolidar su influencia en los antiguos territorios otomanos.

En 1908, luego de décadas de presión, el Imperio austrohúngaro logró apoderarse del territorio de Bosnia-Herzegovina; paralelamente, Bulgaria y Montenegro consiguieron su independencia. Así comenzó el desmembramiento balcánico. Pocos años más tarde, en 1912, Serbia, Grecia, Bulgaria y Montenegro se unieron en la Liga Balcánica y declararon la guerra al Imperio otomano con la intención de quitarle los territorios que todavía poseía en la región. La guerra terminó rápidamente a favor de la Liga Balcánica, pero luego de la victoria comenzaron los problemas por el reparto entre los triunfadores. Esta segunda guerra se resolvió a favor de Serbia, que se consolidó como el mayor Estado de la región.

La tensión militar era permanente. El Imperio austrohúngaro pensaba que Serbia, cada vez más fuerte, era una amenaza para su hegemonía en la región. En caso de guerra, los austríacos contaban con el apoyo de Alemania. En tanto, Serbia sabía que si el conflicto se desataba, Rusia la apoyaría. A su vez, las alianzas que los Estados europeos (como Francia, Inglaterra e Italia) habían establecido en las décadas anteriores también los obligarían a formar parte de la guerra, que estaba cada vez más cercana.