La creación del Estado de Israel en 1948 generó un nuevo foco de tensión en el Cercano Oriente. La guerra que estalló después de la proclamación del nuevo país fue el primero de muchos enfrentamientos entre israelíes y árabes. El conflicto comenzó en mayo de 1948 y se extendió hasta el final de aquel año. Los israelíes la llaman la guerra de la independencia; para los árabes fue la guerra de la desgracia. La victoria de Israel amplió su territorio en 6.000 kilómetros cuadrados y desplazó a 700.000 árabes de sus hogares.

El final de la guerra no trajo la paz. El clima de violencia desató una nueva guerra en 1956: la guerra del canal de Suez. Egipto decidió nacionalizar el canal, una medida que perjudicaba los intereses comerciales de Inglaterra, Francia e Israel. Las tropas israelíes fueron las primeras en entrar en acción. La mediación internacional logró el armisticio y Egipto se quedó con el canal.

En 1967, Israel se anticipó a un ataque planificado de Egipto, Jordania e Irak dando inicio a lo que se conoce como la guerra de los seis días. La rápida victoria de Israel fue una nueva prueba de su enorme poderío militar y le permitió extender su territorio otros 45.000 kilómetros cuadrados.

La guerra de Yom Kippur comenzó en octubre de 1973, cuando Egipto y Siria combinaron sus fuerzas para atacar a Israel. Esta vez las fuerzas israelíes no pudieron resolver el conflicto a su favor y se debió recurrir a la negociación. A través de la mediación de Estados Unidos se llegó a una solución diplomática en 1978: Israel y Egipto firmaron acuerdos de paz. Sin embargo, esto no cambió el clima del conflicto general entre árabes e israelíes. En las décadas posteriores, todos los planes para alcanzar una paz duradera han fracasado. La incertidumbre y la violencia persisten en ese rincón del mundo.