Como cualquier guerra, una de las consecuencias más directas tuvo que ver con el importante descenso de la población, no solo por las muertes sino también por el aumento de la emigración. Resulta natural que muchos hayan huido del país en guerra, más aún si una cantidad importante eran extranjeros que se habían instalado hacía poco tiempo.

Hubo otras transformaciones que afectaron a la sociedad oriental. Este conflicto acentuó la pobreza de los sectores populares. Durante los años de la guerra muchos participaron como miembros de los ejércitos pero, al volver la paz, pocos encontraban trabajo. La pobreza rural creció en forma alarmante en la década de 1850.

También la clase alta se vio muy afectada. Durante el largo conflicto muchas familias de terratenientes tradicionales se arruinaron. Los del bando sitiado debieron abandonar sus propiedades de la campaña, que fueron confiscadas por el gobierno de Oribe. También los del bando sitiador sufrieron los efectos de la destrucción de las tierras por el continuo pasaje de tropas.

Los ejércitos circularon por la campaña por más de diez años y se alimentaban del ganado disponible, sin importar de quién fuera. Esto disminuyó la cantidad de animales. Al terminar la guerra, las tierras, sin ganado, casi no tenían valor y las familias tradicionales optaron por venderlas a extranjeros. La escasez de materia prima, sumada a los tratados comerciales con Brasil, provocó la ruina de los saladeros orientales.

Para sostener la guerra, los gobiernos, en particular el de la Defensa, contrajeron préstamos. El país quedó endeudado por largo tiempo. Desde el punto de vista político, los tratados con Brasil establecieron una tutela que amenazaba la independencia del país, y la división interna entre blancos y colorados dificultaba la unidad nacional.