Los gauchos tenían una vida dura, errante y amaban la libertad. Para los europeos que visitaban la campaña tenían un aspecto feroz que les provocaba temor, aunque muchos reconocieron su amabilidad y generosidad con el extranjero.

Vivir en el campo era difícil, ya que los caminos eran inexistentes, casi no había puentes y se podía demorar un día para recorrer 150 kilómetros. El naturalista inglés Charles Darwin, que visitó estas tierras entre 1832 y 1833, contaba que se podía pasar días sin ver a nadie al recorrer los campos orientales. Al estar tan despoblados, los campos eran inseguros e inhóspitos. A excepción de unos pocos estancieros y paisanos instalados, la mayoría de los habitantes no tenían un lugar fijo donde vivir.

La ganadería era la principal actividad económica y exigía poco trabajo. La agricultura en aquellos años no estaba nada extendida. Los visitantes extranjeros se sorprendían de la abundancia de carne, ya que para la mayoría de los europeos este era un alimento de lujo.

Los habitantes rurales solían reunirse en las pulperías, que eran verdaderos centros sociales. Allí jugaban a las cartas, bebían y cantaban. A veces, la diversión terminaba en riña y, en muchos casos, se llegaba al duelo a muerte. El facón era la herramienta de trabajo y también el arma de protección.

El ganado vacuno era tan abundante como el caballar. En estas tierras, tanto en la ciudad como en el campo, no se podía concebir que alguien no tuviera un caballo y no fuera hábil jinete. En el campo se usaba un estribo como el de los indios. El gaucho parecía tener en el caballo una extensión de su propio cuerpo.