Joseph Stalin gobernó la Unión Soviética durante casi treinta años, hasta su muerte en 1953. El gobierno de Stalin persiguió y eliminó a sus opositores o los hizo prisioneros en los campos gulag. El resultado fue una concentración de poder que convirtió al régimen comunista en una dictadura totalitaria basada en el culto a la personalidad de su líder. Por otra parte, el Estado soviético ejerció un control casi total de la economía mediante una estricta planificación con énfasis en el desarrollo de la industria pesada y la fabricación de armamento. El fuerte crecimiento económico producido como consecuencia de esta política convirtió al país en una de las potencias mundiales.

El triunfo de la Unión Soviética en la Segunda Guerra, pese a los enormes costos materiales y humanos, llevó la popularidad de Stalin a su punto más alto: se lo consideraba “el padre de la victoria”.

Luego de la muerte de Stalin asumió Nikita Jrushchov, quien realizó reformas que suavizaron el régimen. El gobierno de Jrushchov se caracterizó por una progresiva desestalinización: comenzó una época de mayor libertad de expresión y se liberó a gran parte de los prisioneros de los campos. En economía, las medidas estuvieron dirigidas a aumentar la producción y mejorar la calidad de vida de la población. Para ello se otorgó más libertad a los campesinos e industriales, y la planificación estatal se volvió menos rígida.

En 1964, la dirigencia del Partido Comunista sustituyó a Jrushchov por Leonid Brézhnev, quien volvió a utilizar las medidas represivas del estalinismo. En tanto, la economía soviética se estancó, incapaz de satisfacer las necesidades de bienes y servicios de la población.

Hacia finales de la década de 1970, el futuro de la Unión Soviética era una incógnita aun para sus máximos dirigentes.