La península itálica estuvo dividida entre 1815 y 1875 en siete Estados separados: Piamonte, Lombardo-Veneto, Parma, Modena, Toscana, y las dos Sicilias. Conseguir la unidad era muy difícil porque varios países europeos tenían sus propios intereses en mantenerlos separados. Austria controlaba varios Estados del norte; España tenía el control de las dos Sicilias y el papa tenía el poder en Roma.

Fue en el Piamonte, industrializado y con una burguesía poderosa, donde comenzó el movimiento que consiguió reunirlos a todos en un único país: Italia. El Piamonte buscaba crear un mercado unificado para colocar los productos de su industria.

La idea de la unificación se sustentaba en la existencia de un idioma común y un pasado compartido entre los siete Estados, que se remontaba a la época del antiguo Imperio romano. Los principales impulsores de la unificación fueron el periodista y político Giuseppe Mazzini, el marino y aventurero Giuseppe Garibaldi y el rey de Piamonte, Vittorio Emanuele.

La lucha por la unidad empezó cuando Mazzini impulsó una organización llamada Joven Italia, con el fin de crear conciencia en el pueblo sobre la necesidad de la unidad italiana. Entre 1848 a 1860 se organizaron varias revueltas populares nacionalistas que se sumaron a la estrategia política de Vittorio Emanuele para unir a los primeros Estados del norte. Pero la unidad total se consiguió recién en 1870, cuando el ejército nacionalista logró invadir Roma, que se convirtió en la capital del nuevo Estado. Una vez unificada, Italia se organizó como una monarquía bajo el mando del rey Vittorio Emanuele. Este se enfrentó al difícil problema de las diferencias entre los Estados del norte, ricos e industrializados, y los del sur, pobres y casi despoblados. Estas diferencias marcaron la historia de Italia como país y aún se hacen sentir en la actualidad.