El surgimiento de la teología de la liberación está muy vinculado a la renovación de la Iglesia Católica a partir del Concilio Vaticano II. Este concilio, convocado en 1959 por el papa Juan XXIII, buscó adaptar a la Iglesia a los nuevos tiempos. Entre las reformas que se establecieron allí estaba la idea de que la Biblia debía interpretarse teniendo en cuenta el contexto histórico. En América Latina este planteo supuso que muchos sacerdotes iniciaran un proceso de reinterpretación de las Escrituras teniendo en cuenta la realidad social del continente.

Algunos de los principios básicos de la teología de la liberación son: la opción preferencial por los pobres, que la salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica como signos visibles de la dignidad del hombre, y por eso es necesario eliminar la explotación del hombre por el hombre y las injusticias de este mundo. Los teólogos de esta corriente conciben que la liberación es la toma de conciencia sobre la realidad socioeconómica y que la situación de la mayoría de los latinoamericanos contradice el propósito histórico de Dios de que la pobreza es un pecado social. Para ellos no solo hay pecadores, sino que hay víctimas del pecado que necesitan justicia y restauración.

El compromiso político que derivaba de la adhesión a la teología de la liberación hizo que algunos sacerdotes comenzaran a militar en grupos de izquierda o, incluso, que se unieran a movimientos revolucionarios armados. En muchos sentidos se pueden encontrar puntos en común entre el pensamiento de la teología de la liberación y el marxismo; por esta razón ha recibido muchas críticas y los sacerdotes de este movimiento fueron perseguidos por las dictaduras, incluso aquellos que no hicieron parte de grupos revolucionarios.