América estaba poblada desde miles de años antes de la llegada de los europeos. En el continente existían grupos muy diferentes y de gran variedad cultural. Había civilizaciones desarrolladas, como las de los aztecas e incas, que eran agricultores y constructores de grandes ciudades; también pueblos más pequeños, como los tupí guaraníes, que vivían de la agricultura a menor escala; y existían también tribus que obtenían su sustento de la caza y la recolección de frutos, como los charrúas.

No pasó mucho tiempo luego de su desembarco para que los europeos descubrieran la enorme y variada riqueza que existía en el continente americano. Para obtener el control de esas riquezas, los europeos se impusieron a los pueblos nativos mediante la fuerza, gracias a su superioridad militar y al mayor desarrollo de sus armas. Mientras el principal armamento de los nativos eran flechas, lanzas y piedras, los europeos contaban con armas de fuego. Una vez derrotados, los indígenas perdieron el dominio de sus tierras, fueron obligados a trabajar durante siglos para los invasores y a pagar elevados impuestos.

Los indígenas fueron considerados por los europeos «seres humanos ignorantes e incivilizados», a los que debían enseñarles a hablar en español y a aceptar la religión cristiana, como sustitutos de su propio lenguaje y religión.

Millones de nativos murieron durante y después de la conquista. Algunos perdieron la vida en las luchas de defensa de su tierra; otros murieron por los trabajos forzados y la mayoría fue víctima del contagio de enfermedades llegadas desde Europa, como la gripe, el sarampión y la varicela, enfermedades para las que los indígenas no estaban preparados, pues no tenían las defensas naturales para combatirlas.