La reina Victoria pronto se convirtió en un símbolo de la unidad de su país, pues respetó por igual a los dos partidos políticos ingleses: liberales y conservadores, aunque su pensamiento estaba más cerca de los conservadores. Fue cuidadosa en sus relaciones con el Parlamento, donde se encontraban los políticos elegidos por el pueblo, pero hizo uso de su autoridad cuando lo creyó necesario. En una ocasón exigió la renuncia a un primer ministro y supo enfrentarse duramente con poderosos políticos. Era una mujer enérgica, de carácter fuerte y decidido.

En 1840, la reina se casó con Alberto de Sajonia-Coburgo, un noble alemán que también se convirtió en su consejero y la ayudó a desempeñar su difícil tarea. La reina Victoria tuvo nueve hijos y el mayor de ellos heredó su corona con el nombre de Eduardo VII. Sus demás hijos se casaron con miembros de otras casas reales europeas, por lo que en su vejez la reina Victoria fue conocida como la abuela de Europa. En los tronos de muchos países había familiares suyos.

La muerte de su esposo en 1861 la afectó mucho, por lo que se alejó de Londres y de sus deberes de gobernante durante un tiempo. A partir de ese momento, vistió de negro por el resto de su vida.

En 1877 se produjo el punto más alto de su reinado. Además de ser la poseedora de la Corona de Inglaterra, fue nombrada emperatriz de la India cuando el control político del país asiático quedó en manos de la Corona. Inglaterra se convirtió así en la mayor potencia colonial del mundo, cuyos dominios comprendían la India, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y otros territorios en Asia y África. La reina Victoria era la mujer más poderosa del mundo.

Su largo reinado fue un período de extraordinaria prosperidad económica y desarrollo cultural para su país. Esa etapa de la historia inglesa es conocido como la era victoriana.