Durante el siglo XIX Estados Unidos llevó adelante una política de conquista del territorio americano. En un principio desarrolló la expansión territorial hacia el oeste. Esas campañas determinaron el enfrentamiento con México. La guerra se instaló entre ambos países y terminó con la pérdida de gran parte del territorio mexicano en favor de su vecino. En los primeros años del siglo XX, los intereses comerciales de varias empresas estadounidenses se extendieron sobre Centroamérica y el Caribe. La región resultaba de gran importancia, tanto para obtener materias primas como para buscar nuevas rutas comerciales. En esa etapa el gobierno de Estados Unidos llevó adelante una política exterior, que el presidente Theodore Roosevelt llamó del gran garrote.

En los años treinta esa política varió. La crisis y la depresión económica, así como el clima que anticipaba la guerra, hicieron que los gobernantes de la gran potencia buscaran establecer vínculos menos tensos. A esa política se la llamó del buen vecino; de esta manera, América Latina se convirtió en un aliado seguro en caso de guerra.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el orden mundial basado en el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética determinó que América Latina volviera a ser vista por los gobernantes estadounidenses como un espacio de interés estratégico. Para Estados Unidos, el continente americano era una región de influencia natural en un mundo dividido en dos bloques; por ese motivo profundizó nuevamente su política de intervención. A partir de esos años, las formas de control y operación del gobierno estadounidense variaron desde las acciones militares directas al entrenamiento de cuerpos especiales para la lucha contra las guerrillas.