Entre 1870 y 1914, la expansión del capitalismo económico y el colonialismo aumentó la competencia por territorios y mercados entre las potencias industriales europeas. Y cuando el reparto de las colonias se completó, el proteccionismo comercial que los imperios impusieron a sus dominios coloniales hizo que las relaciones internacionales se volvieran todavía más difíciles. A esto hay que agregarle el rápido posicionamiento de Alemania como fuerte competidora del dominio de Inglaterra gracias al veloz desarrollo de su industria; al mismo tiempo, los Estados Unidos y Japón se consolidaban como países de gran poderío económico y militar. La distribución del poder mundial se encontraba en un momento de cambios.

Mientras tanto, en Europa las rivalidades territoriales empeoraban. Francia y Alemania habían quedado enfrentadas por la guerra de 1870 entre ambas, que determinó que los franceses perdieran los territorios de Alsacia y Lorena. Los problemas no terminaban ahí. Cuando en 1905 Rusia fue derrotada por Japón en la guerra rusojaponesa, pasó a concentrar sus esfuerzos en los Balcanes, incrementando la presión en esa región, allí donde precisamente acabaría por desatarse el gran conflicto.

En 1907, luego de una serie de acuerdos unilaterales, Rusia, Inglaterra y Francia acordaron apoyarse mutuamente en caso de darse un enfrentamiento armado. Ese fue el origen de la alianza conocida como Triple Entente. Por otro lado, Alemania, Italia y Austria-Hungría formaban, desde 1882, la Triple Alianza. Así, Europa quedó separada en dos grandes bloques. Este sistema de acuerdos y tratados hizo que la paz se volviera todavía más frágil. Una agresión entre cualquiera de aquellos países obligaba a sus aliados a entrar en la lucha. Solo hacía falta una chispa, y la chispa llegó el 28 de junio de 1914 con el asesinato del archiduque austro-húngaro Francisco Fernando.