La mayor parte de los nuevos terratenientes extranjeros se mantuvieron al margen de las luchas entre los bandos políticos. A diferencia de los hacendados tradicionales, que debían justificar la posesión de las tierras a través de luchas, los terratenientes de origen extranjero basaron su poder en títulos regulares y si estos no eran tenidos en cuenta recurrían a sus gobiernos para que los protegieran. Así fue que los representantes diplomáticos de Brasil, Francia, España, Gran Bretaña, Bélgica o Alemania intervinieron frecuentemente en los pleitos entre el gobierno uruguayo y sus ciudadanos instalados en el país. A veces llegaron a obligar al gobierno a tener un trato excepcional con los extranjeros. Ese aspecto de la transferencia de tierras a extranjeros y la posterior injerencia foránea en los asuntos internos del país debilitó al gobierno uruguayo.

En materia económica, los estancieros de origen extranjero se pueden dividir en dos grupos. Por un lado, los brasileños más apegados a la tradición de la ganadería extensiva. Por otro, los europeos partidarios de hacer inversiones innovadoras. A estos últimos se les llama estancieros empresarios. Ellos fueron los principales responsables de promover la producción de ovejas que dio lugar a la revolución lanar en la década de 1860.

Dado el riesgo que tomaban con sus inversiones, los estancieros presionaban al gobierno para que garantizara el orden y la paz, que eran las condiciones necesarias para asegurarse el crecimiento de su negocio. Cuando estalló una nueva guerra civil en 1870, los estancieros empresarios se agruparon para ser más fuertes e imponerle al gobierno su posición. Entonces fundaron la Asociación Rural del Uruguay. A partir de ese momento se convirtieron en un grupo muy poderoso e influyente.