Durante el siglo XIX las mujeres se fueron incorporando a la vida laboral fuera del hogar en los países que vivían la revolución industrial. En Uruguay ese proceso se produjo a partir del último cuarto del siglo XIX, aunque aquí no fue el resultado de la expansión de la industrialización, sino de otros factores que contribuyeron a la transformación.

Por un lado, la reforma vareliana de la educación, extendida por todo el país, igualó a mujeres y hombres. A partir de eso algunas mujeres aspiraron a continuar su formación. No había una reglamentación que les impidiera estudiar, pero era mal visto por la sociedad de la época que una mujer prefiriera ir a la universidad antes que casarse. Las primeras estudiantes universitarias enfrentaron la burla, la discriminación y el rechazo de sus contemporáneos.

Por otra parte, el proceso de modernización del Uruguay, basado en la ganadería, no hacía necesaria la mano de obra femenina en el campo, pero era útil en la ciudad, donde se estaban instalando pequeños talleres y algunas industrias livianas. Otro trabajo característico de las mujeres fue el magisterio, que hacía de ellas el sector trabajador más culto y de mayor calificación profesional.

Mientras se incorporaban al mundo laboral y educativo, las mujeres iniciaron su lucha por obtener plenos derechos civiles y políticos. Así aparecieron los primeros grupos feministas. Reclamaban autonomía económica respecto de los hombres e igualdad de tratamiento en el trabajo y el voto. Muchas mujeres desarrollaron sus reivindicaciones en los sindicatos de trabajadores, donde tuvieron un papel a veces protagónico.

Estos cambios impactaron en la situación de la mujer en el matrimonio y la familia. Poco a poco estas transformaciones le dieron mayor libertad y la fueron igualando al marido en derechos y obligaciones.