Durante el siglo XIX las mujeres de Europa occidental y de Estados Unidos comenzaron a organizarse para conseguir que sus derechos fuesen reconocidos por la sociedad y la ley. En un principio se trató de movimientos sufragistas, que buscaban conquistar el derecho al voto femenino. Fue el primer paso para conseguir otras victorias.

La Primera Guerra Mundial llevó a tanta cantidad de hombres a la batalla, que las mujeres debieron hacerse cargo de tareas que hasta entonces eran propiamente masculinas: trabajaron en fábricas, hospitales, escuelas, bancos y demostraron que eran capaces de hacerlo tan bien como los hombres. Esto reforzó los movimientos sufragistas. Muchos países reconocieron el derecho al voto femenino luego de la guerra.

El gran impulso para la liberación femenina llegó a finales de la década de 1960. Se produjo una revolución cultural que expresó el malestar de las mujeres blancas de clase media que vivían en los barrios residenciales de las ciudades de Estados Unidos, obligadas a dedicarse exclusivamente a su casa y sus hijos. De este modo se cuestionó el sistema político occidental que proclamaba la universalidad de sus principios, pero que en la práctica excluía a las mujeres de las ideas de igualdad y libertad. Los movimientos de liberación femenina consiguieron que se aprobaran leyes que garantizaban la libertad de la mujer para estudiar y trabajar. De este modo, la mujer pasó a ocupar otros roles sociales, además de los de madre y esposa.

A fines de la década de 1950 se desarrolló la píldora anticonceptiva. El nuevo fármaco se popularizó rápidamente y causó un cambio profundo en la sociedad. La píldora permitió a las mujeres tener mayor capacidad de decisión respecto a su sexualidad: poder controlar cuándo y cuántas veces quedar embarazadas.