En el siglo XIX muchas naciones europeas vivieron períodos agitados, etapas de conflictos, guerras y revoluciones internas. Inglaterra fue la excepción. Mientras los demás luchaban, los ingleses aprovecharon su paz interna para realizar los cambios que convirtieron al país en la primera potencia industrial del mundo. El sistema político inglés permitía buscar soluciones mediante la discusión en el Parlamento, donde se enfrentaban dos partidos políticos que defendían distintos intereses. Pero el país no estaba dividido. El símbolo más fuerte de la unión de Inglaterra fue la reina Victoria, que apoyó desde el trono el rumbo político establecido por los legisladores.

Uno de los cambios más importantes que se produjeron en Inglaterra fue el de la conexión interna de sus ciudades con las zonas agrarias, mediante un nuevo y revolucionario medio de transporte: el ferrocarril. Además, Inglaterra tenía la flota de barcos de carga más grande del mundo. Esto le permitió vender sus productos por todo el planeta y comprar todas las materias primas que necesitaba, aun en los puertos más lejanos. Muy pronto, la industria inglesa dominó el mercado mundial. Inglaterra se convirtió en un imperio colonial y comercial, gracias a la conquista de la India y de territorios africanos, y a la compra del canal de Suez, que le permitió controlar el comercio entre Europa y Asia.

Durante el reinado de la reina Victoria, Inglaterra duplicó el número de habitantes, sus ciudades industriales fueron cada vez más pobladas, les fueron reconocidos más derechos a las mujeres y la burguesía se convirtió en la clase social predominante. Fue en esta época cuando se formó la rica sociedad victoriana, poseedora de lujos y riquezas que contrastaban con las dificultades económicas que tenían los obreros.