En Rusia no se crearon grandes industrias; se mejoró la tecnología de los talleres artesanales para convertirlos en pequeñas fábricas. La mayoría de estas primeras fábricas se instalaron en las ciudades de Moscú y San Petersburgo, las que formaron el centro industrial de Rusia.

El territorio ruso era inmenso. Las grandes distancias entre los pueblos y ciudades hacían que el costo de transportar las materias primas y los productos fuera muy alto. El ferrocarril llegó para solucionar en gran parte estos problemas. Pero para construir las vías férreas que unieran los centros poblados con las zonas productivas hacía falta una gran riqueza. El gobierno ruso puso la mayor parte del dinero necesario para comprar los materiales de construcción a otros países. Esto le causó a Rusia una deuda que tuvo que pagar con grandes cantidades de trigo.

El gobierno impulsó también otras áreas de la economía. Se crearon los primeros bancos, las industrias textiles y las metalúrgicas. El territorio ruso poseía una gran riqueza de recursos naturales en hierro, carbón y petróleo, que aceleraron el proceso de su industrialización. Cuando los demás países notaron la riqueza natural de Rusia quisieron invertir su dinero en las nuevas industrias. Esto favoreció el crecimiento económico del país.

La modernización de Rusia tuvo consecuencias inmediatas en su economía, pero no en su política. El zar mantuvo su poder absoluto, aunque se dieron algunas libertades de prensa y de expresión a la población. En secreto comenzaron a organizarse los primeros grupos en contra del zar Alejandro, que 1881 moriría víctima de un atentado. Esto hizo que la monarquía se volviera aún más autoritaria. Muchos años después, en 1917, una revolución popular logró terminar con el último gobierno zarista de la historia.