En 1789, Luis XVI había pasado de ser uno de los reyes más poderosos y queridos de la historia de Francia, a ser duramente cuestionado por su pueblo. Las ideas que guiaban a la Revolución francesa no admitían el origen divino del poder del rey e impulsaban a las personas a rebelarse y exigir sus derechos. Presionado por las manifestaciones populares en su contra, Luis XVI tuvo que firmar la Constitución de 1791 por la presión de la Asamblea Nacional. A partir de entonces vivió junto a su familia vigilado día y noche por la Guardia Nacional.

La familia real comenzó a planear su escape de Francia ayudada por el rey Guillermo de Suecia. El rey y la reina, María Antonieta, se disfrazaron para no ser reconocidos por los guardias y partieron, amparados por la noche, en un carruaje equipado para un largo viaje. A la mañana siguiente, los guardias descubrieron la desaparición de los reyes y dieron la alarma. De inmediato, la Asamblea Nacional ordenó cerrar las fronteras del país. El rey y su familia fueron descubiertos y llevados de nuevo a París, en calidad de prisioneros.

Luis XVI y María Antonieta vivieron un año más encerrados en su palacio, bajo la estricta vigilancia de los guardias reales. El intento de fuga que había protagonizado el rey hizo que su imagen ante el pueblo se deteriorara todavía más. Sus enemigos más radicales querían que se lo condenase como traidor a la patria y que le cortasen la cabeza en la guillotina. Otros simplemente pedían que renunciara y le entregase la corona a su hijo. Los acontecimientos se aceleraron y la situación de Luis XVI y María Antonieta se volvió cada vez más difícil, hasta que no pudo sostenerse más. El pueblo presionó a los delegados de la Asamblea pidiendo la cabeza del rey. Finalmente, él y su esposa fueron ejecutados.