Desde el inicio de la revolución, el rey Luis XVI y su esposa, la reina María Antonieta, se mostraron totalmente opuestos a las ideas y acciones de los revolucionarios. Los reyes y los miembros de la nobleza sabían que la revolución buscaba hacerles perder el poder y los privilegios de los que habían gozado durante siglos.

Al principio el rey intentó reprimir a los rebeldes con su ejército, pero el apoyo del pueblo hacia la revolución era demasiado grande como para controlarla con sus soldados. Entonces, el rey buscó ayuda en los demás reyes europeos, que veían con preocupación lo que sucedía en Francia y temían que sus pueblos siguieran el mismo ejemplo e intentaran quitarles el poder también a ellos.

Al proclamarse la primera Constitución francesa, en 1791, el poder del rey quedó limitado, pues a partir de ese momento también él tenía que obedecer la ley escrita y debía compartir su autoridad con el Parlamento. Aquel día los habitantes de París fueron al palacio para ver al rey en el momento de firmar la Constitución. Era un día histórico.

Hubo dos hechos que marcaron el final del reinado de Luis XVI. El primero de ellos fue su captura en la frontera, mientras intentaba escapar a Austria junto a su familia. El segundo fue la guerra en la que Francia debió enfrentar a los ejércitos de varios países europeos. Desde un principio se sospechó que el rey había sido uno de los organizadores del ataque de los reinos vecinos, por lo que muchos lo consideraban un traidor a la patria.

El 21 de enero de 1793, Luis XVI fue juzgado por un tribunal revolucionario que lo condenó a morir en la guillotina. Cuando la cabeza del rey fue cortada, gran parte de Francia festejó. Los reyes absolutos de Europa miraban con terror lo que había sucedido.