En la segunda mitad del siglo XIX el salitre y el guano empezaron a usarse en la agricultura como fertilizantes. La importancia del salitre aumentó cuando se lo usó también como componente en la fabricación de la dinamita. Varias empresas europeas, principalmente inglesas, se interesaron en la región y siguieron de cerca el progreso de la guerra.

El conflicto se desencadenó cuando el presidente de Bolivia quiso aumentar los impuestos a los minerales que se explotaban en su país. La Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta consideró que esa medida violaba unos tratados firmados años antes, en los que Bolivia había dado a esta empresa el permiso para explotar la riqueza minera y se había comprometido a no subir los impuestos por 25 años. El enfrentamiento entre el gobierno y la empresa marcó el comienzo del conflicto.

Si bien la declaración de guerra fue entre Chile y Bolivia, esta última había firmado con Perú un tratado de alianza defensiva ante cualquier agresión exterior, de modo que el conflicto se convirtió en una guerra entre tres países. Se dieron varios frentes de batalla durante cuatro años y miles de campesinos y mineros de estos países debieron transformarse en soldados.

En 1883, el tratado de Ancón puso fin a la guerra. Finalmente, Chile obtuvo de Perú los territorios de Tarapacá, Tacna y Arica. En tanto, con Bolivia solo firmó un pacto de paz que le permitía mantener la ocupación de Antofagasta, territorio del que años después acabaría por apropiarse. Así, Chile no solo amplió su territorio sino que su riqueza minera creció, pues las provincias de Tarapacá y Antofagasta concentran casi la totalidad de los yacimientos salitreros del planeta. Para Bolivia, el resultado de la guerra fue la pérdida de su única salida al océano Pacífico.