Los jóvenes modernistas del Novecientos se desempeñaron en todas las formas de la literatura: poesía, novela, cuento y drama; en todas lograron llevar adelante obras de gran importancia. Tanto los temas como la manera de presentarlos fueron innovadores e incluso revolucionarios. La incorporación del erotismo y la intimidad, tanto en la poesía como en el cuento y la obra de teatro, resultaba chocante para la sociedad montevideana. Dado que se trató de un grupo muy numeroso de artistas, el movimiento tuvo muchas variantes. Hubo autores cuya obra era compleja y distante, y otros que buscaban un mensaje más directo y comprensible.

Muchos provenían de familias acomodadas de la clase alta, pero renegaban de su origen y se burlaban de las tradiciones y la preocupación por el cuidado de las apariencias. Todo lo que hacían chocaba con la moral de la época. Para demostrar su rebeldía se comportaban de manera diferente a la del resto de los jóvenes de su época. Vestían en forma llamativa, se reunían en los cafés como el Tupí Nambá, de la Plaza Independencia, o el Polo Bamba, llevaban el pelo largo y piropeaban a las mujeres aunque fueran acompañadas.

Eran como una tribu y se reunían en cenáculos, como el de la Torre de los Panoramas, en la casa de Julio Herrera y Reissig, en la Ciudad Vieja. Publicaban sus obras en revistas alternativas de la época, en las que también se publicaban obras de los principales autores modernistas de América y de muchos artistas europeos pertenecientes a los movimientos de moda, como el decadentismo o el simbolismo.

Se trató de un movimiento muy amplio en el que se puede nombrar a muchos artistas. Algunos de los representantes más importantes fueron Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini, Roberto de las Carreras, Florencio Sánchez, Carlos Reyles, entre otros.