Durante la década de 1990, en Uruguay, la emigración, es decir, la cantidad de personas que dejaban el país para residir en otros países, aumentó y algunos sectores sociales —especialmente la clase media— perdieron capacidad económica y poder de compra debido al aumento de precios. El consumo constante era difícil de mantener y, para conseguirlo, las familias se endeudaban. La clase media endeudada y desalentada comenzó a irse del país. A este proceso se le llamó emigración económica y tuvo como principales destinos a Europa y Estados Unidos.

Los especialistas estiman que entre 1990 y 2004 unos 630.000 uruguayos se fueron a vivir a otros países. Esto representa casi un 16 % de la población total. Esta situación se agudiza cuando se cuenta la cantidad de hijos de uruguayos que nacieron en el exterior. Este alto porcentaje de emigración trajo graves problemas a la economía y la sociedad uruguayas. La pérdida de población, la disminución de nacimientos y, lo más importante, la pérdida de población económicamente activa calificada, es decir, la población joven, de entre 20 y 45 años, en edad de trabajar y con una profesión u oficio. A su vez, durante ese período el 50 % de los niños y adolescentes que vivían en Uruguay estaban en situación de extrema pobreza.

El impacto sociológico en la población fue muy duro: todos los días se iban cientos de uruguayos (en el 2002 se fueron unas 30.000 personas), las familias se separaban y desde el ámbito político no se encontraban alternativas. La mayor parte de las personas que emigraban lo hacían como ilegales, sin permiso de residencia; viajaban con la incertidumbre de obtener un trabajo o la deportación.