Hacia el 1860 lo que conocemos como Argentina estaba dividida entre el gobierno de Buenos Aires, por un lado, y la Confederación Argentina, por el otro. Argentina vivía una guerra civil, o sea una guerra interna entre su población, que separaba a dos bandos: los unitarios y los federales. Mediante varios enfrentamientos se intentó la unificación, ya que la Constitución de la Confederación exigía que Buenos Aires perteneciera a la unidad federal junto con el resto de las provincias. Una de las razones económicas que las separaba era el problema de quién controlaría los recursos que brindaban el poderoso puerto de Buenos Aires y su enriquecida aduana.

Tras varias disputas, finalmente Bartolomé Mitre logró en 1861, en la batalla de Pavón, derrotar a la Confederación y unificar las provincias, que quedaron bajo el mando de la capital porteña. Mitre disolvió el Estado de Buenos Aires y unificó la República Argentina.

Para dar este paso, Mitre promovió una reforma de la Constitución. La Constitución de 1860 era de carácter liberal, como casi todas las de la época, y reformaba a la anterior, que era del año 1853. Reforzaba la forma de gobierno que tendría el país: república federal representativa. Estaba basada en un libro de Juan Bautista Alberdi y en la Constitución federal de los Estados Unidos.

La reforma eliminó el término confederación para usar el de nación argentina; suprimió las preferencias entre puertos para otorgar igualdad a los del interior del país, afirmó la abolición de la esclavitud planteando además que cualquier esclavo adquiría la libertad al entrar al territorio argentino.

En esta modificación Buenos Aries se aseguró el predominio como ciudad y como puerto, pues desde allí se concentraban el comercio y las relaciones exteriores con el mundo.