Desde la época colonial, Portugal desarrolló grandes plantaciones de café y azúcar en las colonias americanas que luego se convertirían en lo que hoy conocemos como Brasil. La mayoría de los trabajadores de esas plantaciones eran esclavos negros que habían sido capturados en África y transportados a través del oceáno para ser comercializados en América. Se calcula que la cantidad de esclavos en Brasil superaba la mitad de la población total, formada también por blancos, mestizos e indígenas.

Los esclavos buscaron diferentes maneras de escapar de las terribles condiciones en que vivían. Algunos lograron huir e internarse en regiones selváticas donde formaron pueblos libres. Otros fueron capturados y castigados, incluso ejecutados. Muchos elegían dejarse morir para no vivir en esas condiciones.

Aunque la abolición de la esclavitud se concretó en 1888 en Brasil, fue producto de un largo proceso. Inglaterra había sido hasta comienzos del siglo XIX uno de los principales comerciantes de esclavos, pero por motivos políticos y económicos se convirtió en el principal partidario de la abolición de esta actividad. El impulso británico hizo que en 1850 se declarara ilegal el tráfico de esclavos por vía marítima, una prohibición que los propios barcos ingleses se encargaron de vigilar. Luego, en 1863, Abraham Lincoln abolió la esclavitud en Estados Unidos.

Estos hechos repercutieron en Brasil y contribuyeron a la formación de movimientos abolicionistas a favor de la prohibición de la esclavitud. En 1875 Brasil decretó la libertad de vientres, es decir, que los hijos de mujeres esclavas nacerían siendo libres. Finalmente, en 1888 se les otorgó la libertad a 700.000 hombres y mujeres que aún vivían en esa condición y, a partir de ese momento, quedó prohibida la esclavitud en Brasil.