La guerra dejó a Japón en ruinas. Dos millones de soldados y 700.000 civiles habían muerto. Sus principales ciudades habían sido reducidas a escombros por los bombardeos aéreos. Luego de haber formado un imperio en Asia y el Pacífico, Japón debió soportar que su territorio fuera ocupado por las tropas de los vencedores.

Estados Unidos ocupó Japón durante siete años y llevó adelante un completo plan de desmilitarización, para luego reestructurar el país según los principios de la democracia liberal. De tal modo, en 1946 se impuso a Japón una nueva Constitución en la que se lo obligaba a renunciar a poseer fuerzas armadas. El emperador dejó de ser considerado un dios para pasar a tener carácter de monarca constitucional. Se realizaron elecciones democráticas y se procedió a la división de poderes. En 1951, Estados Unidos puso fin a la ocupación del país.

En los primeros años de la posguerra la recuperación japonesa comenzó gracias a la ayuda de Estados Unidos, que introdujo capital y tecnología y estimuló el comercio. Además, la guerra de Corea hizo que las fábricas japonesas de armamento tuvieran que volver a funcionar para abastecer al ejército estadounidense, lo que dio un gran empuje a la economía. En esos años se crearon organismos financieros para acelerar la recuperación, se reformó el sector agrícola y se implementaron nuevas políticas de productividad en las industrias.

En apenas dos décadas, Japón creció de manera asombrosa. Los grandes grupos empresariales se dedicaron a rubros tradicionales como la fabricación de acero, la construcción naval y la minería. También se crearon nuevas áreas productivas, como la de los electrodomésticos, la electrónica y la automotriz, que incrementaron las exportaciones hasta convertirlo en una potencia económica y comercial.