Cuando Napoleón fue derrotado, los reyes portugueses decidieron volver a Europa. Allí había tomado fuerza la postura de la restauración, que buscaba la vuelta al absolutismo. Una de las caras del absolutismo era el sistema colonial. Por ese motivo, parte de la nobleza portuguesa quería reconquistar Brasil y reafirmar el poder colonial.

Los criollos no estaban dispuestos a seguir viviendo bajo el sistema colonial. Por su parte, el príncipe Pedro consideraba más acertado permanecer en Brasil que reinar en Portugal. Los intereses de ambos coincidieron. Cuando Pedro fue convocado a volver a Portugal se negó declarando que se quedaba en Brasil: «Eu fico», dijo (yo me quedo), y de esa manera impidió que la Corona portuguesa reafirmara su poder colonial sobre Brasil.

De inmediato se iniciaron acciones para organizar el Estado: se convocó a una asamblea constituyente y se procedió a la conformación de una marina y un ejército locales. Pedro determinó que ninguna ley portuguesa podría aplicarse en Brasil si no era confirmada por él como autoridad máxima.

El 7 de setiembre de 1822 el príncipe declaró la independencia sin que hubiera ningún derramamiento de sangre. En diciembre, a sus 24 años, fue coronado emperador de Brasil bajo el nombre de Pedro I. La monarquía gobernó Brasil hasta 1889, cuando fue sustituida por un régimen republicano.

Durante el siglo XIX, Brasil vivió varios conflictos internos pero no llegó a producirse ninguna ruptura territorial como le pasó a otras grandes unidades americanas. Excepto la Provincia Cisplatina, que se separó como Estado Oriental en 1828, el único proceso que puso en duda la unidad nacional fue la Revolución de los farrapos, que pretendía independizar a Rio Grande do Sul. El conflicto separatista duró diez años pero fue finalmente derrotado por la Corona.