En el Uruguay del siglo XIX y principios del XX, a los artistas y las personas que practicaban un oficio se las consideraba trabajadores de nivel inferior en comparación con aquellos que tenían una profesión universitaria. Se pensaba que quienes iban a la Escuela de Artes y Oficios no servían para ningún trabajo intelectual. Contrario a esa idea, Pedro Figari defendía la necesidad de desarrollar en la sociedad uruguaya el gusto por el arte y los oficios porque consideraba que vinculando las artes y la industria se desarrollaría, en Uruguay y en América Latina, una industria propia que competiría con el modelo europeo.

Figari creía que el desarrollo artístico e industrial era necesario para elevar la cultura del pueblo. Fue por ello que realizó cambios importantes en la Escuela de Artes y Oficios, que era por entonces una institución donde se buscaba educar a los incorregibles aplicándoles una dura disciplina y castigos físicos. Algunos de los cambios fueron: eliminar el sistema de internado por el de libre asistencia a clase, otorgar certificados a los que terminaban los cursos valorando el conocimiento, incorporar a las mujeres, crear nuevos talleres, utilizar materias primas nacionales y diseños de estilo americanista creando formas artísticas propias sin copiar las que venían de Europa o Estados Unidos. Su idea era formar artesanos, artistas, creadores que utilizaran su habilidad manual y su imaginación e inteligencia para la creación. En los dos años que Figari dirigió la Escuela se crearon muchos objetos artísticos y artesanales de gran valor. Además, se duplicó el número de estudiantes. A pesar del éxito, Figari se vio obligado a renunciar porque sus ideas eran rechazadas por grupos políticos y económicos conservadores.