Luego de que Rusia e Inglaterra vencieron a los ejércitos de Napoleón, los reyes europeos recuperaron el poder que habían perdido y trataron de restaurar en Europa el orden político anterior al Imperio napoleónico y la Revolución francesa. Una de las medidas que tomaron los reyes fue dividir el mapa de acuerdo con sus intereses, sin tener en cuenta los sentimientos que los pueblos habían desarrollado a raíz del nacionalismo.

Las comunidades que consideraban que su nación estaba dividida fortalecieron su sentimiento nacionalista. Todo esto dio origen a movimientos que buscaban la unificación e independencia de lo que entendían como Estado nación. Algunos buscaron en el pasado elementos que les dieran unidad y fundamentos a la identidad; así nació la historia nacional y surgieron algunos mitos nacionales. Las revoluciones nacionalistas y las largas luchas por la unificación hicieron surgir dos países nuevos: Italia y Alemania, que habían estado divididos en muchos principados y Estados más pequeños.

El caso contrario se dio en aquellos Estados o reinos en los que convivían varias comunidades muy diversas, que se consideraban a sí mismas como naciones distintas. Eso provocó, a lo largo de la historia, guerras internas entre quienes eran partidarios de la unidad y quienes querían la separación. Así ocurrió, por ejemplo, con el Imperio austro-húngaro y el Imperio turco-otomano.

En la actualidad, algunos historiadores, estudiosos de los movimientos nacionalistas, han llegado a la conclusión de que estos movimientos forman parte de las ideas de la burguesía del siglo XIX. Estos historiadores afirman que las naciones no existen como algo natural sino que, en todo caso, son el resultado de los intereses, discursos y las acciones de algunos grupos influyentes, como la burguesía liberal.