En esa obra científica Darwin afirmaba que las especies vegetales y animales no siempre habían sido de la misma manera, que durante miles o a veces millones de años habían sufrido diferentes cambios en su estructura. Estos cambios podían estar relacionados con muchas cosas: cambios en el clima, en la alimentación, en las condiciones naturales en general. Las especies se adaptaban para poder sobrevivir y las que no lograban cambiar o adaptarse, no sobrevivían.

Darwin en su teoría también definió la selección natural. Él planteaba que todos los seres vivos tienen capacidades distintas de adaptación al medio ambiente. En una misma especie es más probable que sobrevivan aquellos que tengan características mejor adaptadas al entorno. Entonces, los que se adaptan mejor al medio transmitirán esas características o adaptaciones a sus descendientes. De esta manera, las especies sobreviven y evolucionan adaptando sus características según la selección natural.

La teoría de la evolución tuvo un impacto muy fuerte en la sociedad del siglo XIX porque negaba las ideas religiosas sobre la creación del universo y de todos los seres vivos. De la misma manera que otros animales y plantas habían evolucionado, según Darwin también había evolucionado el ser humano. O sea que los hombres y las mujeres actuales no siempre habían tenido el mismo aspecto ni la misma estructura o inteligencia, sino que eran el resultado de la adaptación a los cambios climáticos, alimenticios, etcétera. Y que la evolución aún no había terminado.

Muchos se rieron y burlaron de la teoría de la evolución. Otros la llevaron a extremos radicales, utilizando la teoría para justificar discursos racistas y sostener la superioridad de ciertos hombres y mujeres sobre otros.