La economía mundial sufrió grandes problemas en la década de 1970, agravados por dos crisis del petróleo. Esta situación puso en discusión el sistema conocido como Estado de bienestar y favoreció la llegada al poder de políticos conservadores. Margaret Thatcher se convirtió en primer ministro de Inglaterra en 1979 y, un año después, Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos.

El gobierno de Reagan se caracterizó por una política exterior agresiva: realizó una enorme inversión en desarrollo de armamento que hizo aumentar el clima de tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El temor a una guerra nuclear se mantuvo hasta 1987, cuando por fin se produjeron avances en las negociaciones de desarme de las dos grandes potencias. En el aspecto económico, el gobierno de Reagan buscó reducir el papel del Estado, favoreciendo la autorregulación del mercado. El incremento del gasto militar contrastó con los fuertes recortes en las áreas de ayuda social. Hacia el final de su segundo mandato, en Estados Unidos había casi 32 millones de personas en situación de pobreza.

Una política similar fue aplicada por Thatcher en Inglaterra, quien pensaba que la economía de su país se había deteriorado a causa del intervencionismo estatal. Durante su mandato redujo los impuestos para favorecer la inversión y estimular el mercado. A su vez, puso en manos de empresas privadas grandes sectores de la economía que hasta entonces funcionaban en la órbita estatal. Del mismo modo, las empresas no rentables fueron clausuradas. Esta política permitió el aumento de la producción industrial y mejoró los indicadores económicos. Sin embargo, la decisión de reducir el gasto social provocó un impacto en la sociedad británica que vio crecer la desigualdad, la pobreza y la marginación.