El nombre cubismo fue utilizado por primera vez en 1908, cuando el crítico Louis Vauxcelles dijo que los cuadros del pintor Georges Braque estaban hechos de cubos. Hasta entonces, se consideraba buen arte a aquel que imitaba de manera más exacta el modelo, reproduciendo las formas, la luz y los colores del mundo. Pero los pintores cubistas renunciaban a retratar la realidad tal cual era y buscaban, en cambio, mostrar una imagen que fuera el resultado de sus pensamientos, sensaciones y emociones. Para ello se propusieron reflejar la realidad de una manera distinta: utilizaban formas geométricas, pintaban un objeto o una persona como si se lo estuviera viendo desde dos o más posiciones distintas, como si ese objeto estuviera reflejándose en un espejo roto. En el cubismo es el espectador quien tiene que volver a armar con su mirada la realidad que el artista presenta de manera fragmentada. Una de las técnicas preferidas por los cubistas fue el collage. Pablo Picasso fue el máximo exponente de esta corriente.

Mientras el cubismo se negaba a pintar la realidad tal cual era, el arte abstracto renunciaba a todo tipo de representación. El abstraccionismo surgió alrededor de 1910 y entre las figuras más destacadas de ese primer momento están Wassily Kandinsky y Kazimir Malévich. El propio Kandinsky explicó así su decisión de no usar en sus pinturas imágenes provenientes de la naturaleza: “Si la música no utiliza sonidos reales de la naturaleza como el viento en las hojas, el murmullo de los ríos o el canto de los pájaros, ¿por qué no habría de hacer yo lo mismo con la pintura?”. Más tarde, cuando el abstraccionismo se extendió al resto del mundo, encontró en el estadounidense Jackson Pollock el artista que lo llevaría al límite de sus posibilidades expresivas.