Los anarquistas creían que las organizaciones jerárquicas, en especial el Estado, son las que destruyen la libertad y la felicidad de los individuos, convirtiéndolos en seres egoístas y ambiciosos. Sus ideas tuvieron mucho peso en los sindicatos obreros durante todo el siglo XIX y XX, sobre todo en países como España, Italia, Suiza y Rusia. Desde allí se expandieron a otros países y continentes. Existieron también pequeños grupos anarquistas que usaron la violencia en sus protestas, realizaron atentados dirigidos a representantes del Estado, reyes, tiranos, opresores y contra las instituciones y símbolos del poder.

El anarquismo rechaza cualquier forma de autoridad u organización jerárquica que limite la libertad individual y colectiva.  Es una forma de construir la sociedad sobre la base de la libertad, la igualdad, la solidaridad y el apoyo mutuo. Para esta corriente, el Estado representa  la opresión y  la explotación de los trabajadores y por lo tanto debería ser destruido. Para eso los obreros contaban con la huelga general insurreccional.

Los anarquistas también luchaban contra la propiedad privada de las fábricas y de las tierras. Ellos consideraban que toda propiedad generadora de riqueza era un bien colectivo y no privado, debía administrarse colectivamente y usarse para satisfacer las necesidades de todos. El anarquismo apoyaba las formas directas de participación como la democracia directa  y no las formas de democracia representativa.

Los principales pensadores y activistas de esta ideología fueron Mijaíl Bakunin,  Pierre-Joseph  Proudhon, Piotr Kropotkin y Errico Malatesta. Los anarquistas propusieron una nueva sociedad que funcionaría en comunas, en las que el trabajo y las ganancias serían colectivas y no individuales, y rechazaban cualquier poder impuesto, como el Estado, la Iglesia o el ejército.