Ana Monterroso de Lavalleja 1791-1858 / Uruguay
Ana Monterroso fue esposa de Juan Antonio Lavalleja y hermana del cura José Benito Monterroso, secretario de Artigas. Sus contemporáneos hablaron de ella, algunos con admiración y otros con desprecio. Acompañó a Lavalleja durante 36 años de matrimonio, en los cuales fue «el alma de la espada del general». Su comportamiento era poco común para una mujer de la época: participaba en las discusiones políticas y tenía una gran inteligencia, energía y convicción.
Nació en Montevideo a fines del siglo XVIII. Durante su vida, la ciudad sufrió grandes transformaciones: se construyeron la iglesia Matriz y el Cabildo, se abrieron calles, se amplió el puerto y comenzó la demolición de las murallas. Vivió en Montevideo, Buenos Aires, Río Grande del Sur, incluso en cautiverio con su marido. Estuvo a cargo de los negocios familiares durante las épocas en que Lavalleja se encontraba en el interior, preso o desterrado. Durante los períodos en que era cabeza de familia también se encargaba de asuntos políticos. Se vinculó con las organizaciones clandestinas que funcionaron en Montevideo contra el dominio portugués y luego brasileño. También conspiró contra Rivera en la primera presidencia.
Para casarse con Ana, Lavalleja contradijo la voluntad de sus padres. El matrimonio se realizó por poder, porque Juan Antonio estaba enfrentado a las tropas portuguesas por orden de Artigas y Ana no pudo reunirse con él sino hasta más tarde. El representante de Lavalleja fue su compadre, Rivera. Ana Monterroso y su esposo tuvieron diez hijos, muchos de los cuales vivieron menos que ella.
Ana tuvo mucha influencia sobre su marido, quien la consideraba su mano derecha. Ella se encargaba de distribuir las cartas a los aliados de Lavalleja, organizar reuniones e informarlo de todo lo que ocurría en la ciudad durante las luchas contra Rivera. En los escasos tiempos de paz organizaba salones en su casa.
Ana Monterroso representa a las mujeres que acompañaron la revolución, pero no fue la única. Muchas de ellas, a pesar de ser anónimas, fueron muy importantes en este proceso. En algunos casos participando solo como compañeras de los caudillos, en otros siendo ellas mismas líderes militares, las mujeres tienen un capítulo importante en la lucha por la independencia de la región.