En Chile, desde mediados del siglo XX los reclamos se centraban en la tierra y el cobre. La propiedad de la tierra estaba muy concentrada y las formas de explotación eran poco productivas. Además, la explotación del cobre, principal producto exportable del país, dejaba enormes ganancias que iban a parar a empresas estadounidenses, propietarias de las minas y de las rutas comerciales. Las reformas del Partido Demócrata Cristiano (PDC), que gobernó en la década de 1960, fueron moderadas y no llegaron a provocar la inquietud de las clases altas ni la desconfianza de Estados Unidos, pero sí el descontento en las clases populares, cuya situación no tuvo cambios.

En las elecciones de 1970 triunfó la izquierda, que se presentó unida en una coalición de socialistas, comunistas y otros grupos: la Unidad Popular (UP) llevó a la presidencia a Salvador Allende, el primer candidato de izquierda en acceder al gobierno por vías electorales en América Latina. Al llegar al gobierno la situación era crítica; era necesario detener la inflación y reactivar la economía. Pero las transformaciones fueron más profundas: se nacionalizó el cobre, se desarrolló una reforma agraria, los grandes bancos fueron estatizados y el Estado comenzó a intervenir en las industrias claves. Esto generó el rechazo de la oligarquía y de los capitalistas estadounidenses

La oposición al gobierno de Allende era fuerte y contaba con el respaldo de Estados Unidos. La tensión se hizo cada vez mayor, no solo presionaba la derecha sino también los grupos armados de izquierda radical. En 1973, el comandante en jefe del Ejército, defensor de la Constitución, fue forzado a renunciar y en su lugar Allende nombró a Augusto Pinochet, quien en setiembre encabezó el golpe de Estado que dio inicio a una terrible dictadura.